A mis amigos, que no entendían la razón de tantos esfuerzos si me iba a quedar en Berlín sólo un año, les decía que con el alemán estaba expiando mis faltas. Lo decía en broma, pero no totalmente. Buscaba un perdón, un perdón por todo y por nada, un perdón general. Tal vez quienes deciden aprender otro idioma buscan algo parecido, porque aprender una lengua extranjera supone rearticular sonidos y conceptos elementales, volver a ser niños, quizá para pedir como niños el perdón que no nos atrevemos a pedir como adultos.
Tal vez se escribe por la misma razón. Al fin y al cabo la lengua literaria es una lengua extranjera, la más extranjera de todas, la más inasible de todas, porque no tiene referentes fijos ni verdades estables. Cuando creemos que la dominamos es cuando menos la aprehendemos. En otras palabras no se puede escribir sin una dosis de inexperiencia, de desamparo y de niñez; sin una necesidad oculta de perdón.
Fabio Morábito, “ Mi lucha con el Alemán” en También Berlín se olvida, 77-78.
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