10.9.06

El comienzo de los espejismos.




I.- Planicie.


Uno llega al norte más al norte. A la orilla de la orilla. Uno llega después de conseguir cita para visa (miércoles), visa (jueves) y boleto para la ciudad T (domingo). Uno festeja todos los afortunados hechos como se debe: buenos amigos, chelas y cigarros, Uno se duerme a eso de las cuatro de la mañana para despertar a las 5:30 y comenzar a hacer la maleta que, para un mes y pico de estancia, resulta demasiado pequeña. Y desde luego que no es pragmatismo. Uno deje Toluca cuando son las 6:30 AM y el cielo está despejado.

La vista: es aérea. Completamente aérea. Hay nubes como dunas. Hay inmensidad. Hay un azul demasiado azul. Hay un sol que no se cansa. U sol y un cielo pleno. Nubes como dunas o crestas o olas imaginarias.


Hay una voz que persigo después de abandonar la somnolencia. Relata el arribo a la ciudad T, habla de la temperatura ( 26 grados). Habla de la hora local: 9: 45 AM.

Antes: Ese paisaje extraño, amorfo, bruto. Ese paisaje que advierte que se esta en otro lugar. Ese paisaje que me hace pensar en la palabra planicie. Esa palabra que hasta ahora recuerdo como la única: planicie.


II.- Stranded at Tijuana’s Airport.


Y llegó a una ciudad distinta con la palabra planicie atorada en la lengua. L a vista se dirige hacia muchos lados. La pluralidad del nuevo campo de visión. Y de pronto recuerdo que escribí un e-mail. Y de pronto me pregunto si acaso alguien me recogerá en el aeropuerto. Y de pronto advierto que no tengo ni la menor idea de si alguien me sacará de ese aeropuerto. En tanto deambulo. En tanto camino de aquí hacia allá. Hago llamadas telefónicas. Dejo mensajes llenos de incertidumbre en una maquina contestadora ( ahora sé, que me gustaría escuchar mi propia voz. Mi propia voz con un tono de angustia o anticipación; mi voz en una maquina contestadora de una ciudad que es una herida). Hago muchas llamadas: el saldo de una tarjeta prepagada se agota en menos de una hora : 100 pesos. Pienso en ser un huésped educado. Pienso en comprar un vino. Al final no compré el vino por falta de cambio en la tienda. De nuevo deambulo. Observo. Decido descansar. Frente a mí: un tipo alto y rubio de ojos claros. Un gringo con toda la pinta de surfer. Un sandiegan cualquiera ( eso lo sabría después).Hablamos mucho : el sandiegan va para Guadalajara para encontrarse con su novia. Mencionó la palabra Mazunte. Escuchó Imperial Beach, Newport Beach. El tipo también menciona que Tijuana es un peligro o una amenaza: la idea es que yo quedo sin ganas de salir o siquiera moverme del aeropuerto. El tipo que por cierto se llama igual que uno de mis primeros personajes de una historia a la fecha inconclusa: Matthew. Supongo que fue ahí donde el azar comenzó a ser palabra cotidiana.
Pero decido salir. Quizá por inercia. Mencionó la palabra Toluca. Toluca, Estado de México, repito. Después un incidente: yo no tengo la culpa de que los sujetos que revisan las maletas tengan pinta de todo menos de sujetos que revisan maletas. Una o dos mentadas de madre. Afortunadamente dos sobrecargos me, literal y verbalmente, defienden: nada grave. Y después de caminar un poco más. De sentir el aire caliente de Tijuana por vez primera, me acerco a un módulo de información para turistas: recibo un mapa y lo que me dicen me ayuda a disminuir mi paranoia. Pregunto tarifas de bus y de taxi y de taxi libre. Decido democráticamente salir y tomar el bus.

III.- Un muro como fractura.

El bus me llevará al CECUT, fue lo único que se me ocurrió. Estando ahí todo podría resolverse.

De nuevo la vista: un muro, una valla como advertencia: una fractura donde hay cruces y pinturas y cuerpos y voces. Un muro que es la visión primera y que, efectivamente, recuerda la omnipresencia de la muerte. Hay también seres atraídos por esa omnipresencia: fotógrafos, artistas. El arte es, verdaderamente, visual.

Todo lo anterior a través de la ventanilla del bus. Quizá buscando, todavía, protegerme.


En el CECUT, Abril Castro me recibe y me da la bienvenida a la ciudad de Tijuana. No escuché el Welcome to Tijuana! Pero hallé unos ojos soberanos y una sonrisa por demás real.

No, en efecto: todavía no comenzaba la hora de los espejismos.

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