29.8.08

Pequeñas lecciones sobre cosas difíciles

Escribo aquí , ahora, in situ, frente a la blanca pantalla. Escribo después de la lluvia. Pantalones húmedos en la parte baja. Humedad sobre los hombros, y en el cabello. En lo lentes empañados. Pienso en muchas cosas. En todo lo que se deja atrás cuando lluve. Y es agosto. Y hace frío. El que escribe no es otro sino yo. Ahora mismo. Y cuando llega el momento. El momento justo de la escritura. Sucede. Siempre sucede. Algo que no puede evadirse. Un refugio del mundo exterior. Ese tipo de protección. El sonido de los dedos que pasan sobre el teclado. No puede evadirse. No. Ahora. Sucede.

Antes de todo esto. Esta la plática con el amigo que veo poco. La platica bajo la lluvia. En la acera. Apenas resguardados de esa lluvia que se describe como inclemente. El cielo gris. El paisaje oscureciendo. Todo al mismo tiempo. El viento, también. ¿Cuánto tiempo? Eso nunca pude saberse. ¿ Quién está detrás de la palabra yo? Eso tampoco puede saberse.

Lo que el amigo al que veo poco dice: demonios internos, no poder dormir, el mundo se detiene, una fractura, una posibilidad, una imposibilidad. Después de todo eso dice: broma. Todo era una broma. Nada de lo anterior es cierto. Al menos no lo que puede ser pesadumbre.

En algún monento, después de hablar de esto, de lo otro. En algún momento recuerdo. Recuerdo, y entonces retrocedo. Porque así es siempre que uno recuerda. Pero, sabemos, eso no sirve de nada. En absoluto. Pequeñas lecciones sobre cosas difíciles.

Estás son las palabras, por supuesto en cursivas. Porque son mías. Me pertenecen. Ahora. Otra vez: siempre está el deseo de escribir, de escribir lo que sea, como sea, para quien sea. Escribí muchos cuadernos. Escritura maníatica. Enferma. Cotidiana. Simple. Insulsa. Todos esos cuadernos que, seguramente, quemaré. Pronto. Pero también escribí cartas. Muchas cartas a toda esa gente que, de algún modo u otro, me lastimo. Son cartas que nunca entregué. Y me quedo con la satisfacción de que existen y son reales. Y puedo leerlas en el momento en que yo quiera. Y los otros, ellos ni siquiera saben de su existencia. ¿ Es esto una venganza? Sí, lo es. Una venganza anticipada. Metafísica. Propia. Privada, como deben serlo las venganzas reales. En esas cartas esta mi explicación de todos mis silencios juntos y de años. La frase: si supieran lo que dice, lo que escribí. Sí supieran. Una ventana al pasado. A lo que fue. Quedan sólo las cicatrices, es cierto. Pero ya no duele. Sí las entregara. Sí entregará esas cartas las palabras serían: quédate, por favor, con la respuesta. Sí algún día vuelvo al pasado le dare esa respuesta a ese otro que fui. Ahora que existo. Y he vuelto al sitio al que no fui feliz. Sólo por confirmar que sigues aquí. Así sea. No de otro modo.

Y entonces miro, de cualquier modo, el horizonte. El compás de los pasos que se alejan. El sonido. Ya a lo lejos. La figura que se aleja.

Juro que todo esto es real. Que te quede la certeza. Una, al menos.

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