Tijuana de noche
N.M.M.
A los compas del Lab
Un grupo de poetas se agencia el pavimento sinuoso de playas de Tijuana y enfila, ciegamente, a un encuentro con el mar. Al mar de Tijuana, se sabe, no le asiste la belleza canónica; le asiste, si el verbo es adecuado, la facultad de estremecer. Debe ser medianoche ya cuando el grupo de poetas llega, al cabo de una hora de hundir los pies en la arena, al que se supone era su destino. Pero no hay alivio ni alegría en detenerse: sólo el estupor del silencio. Entre el rumor del oleaje, la negritud que los reduce y el devenir en sí, el grupo de poetas parece haber olvidado la razón de su periplo. Parados como están, de frente al abismo, entienden que Tijuana de noche es, en cierto modo, el tránsito puro.
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Deben ser 50 los que se bajan de media docena de trocas y se instalan en círculo bajo el Arco de la Calle Primera y Revolución. No se diferencian de las hordas juveniles que toman los antros de todo calibre de la Zona Centro salvo por un detalle no menor: visten de la misma forma (en Tijuana, sobre todo de noche, no es posible la uniformidad). Reparten algunos volantes, consideran de vez en vez al transeúnte, pero en realidad están con ellos mismos: cantan, leen, aplauden, cantan, leen, aplauden. Al acercarme me entero que vienen del otro lado y que profesan alguna de las muchas variantes de la cristiandad. ¿Y qué hacen en las puertas mismas del Hades? Justamente, me dice uno de ellos, estamos acá para rescatar a las almas perdidas y regresarlas al buen camino. Así que cada uno de esos 50 ha de tomar a su respectiva suripanta, suripanto o noctívago para ahondar en los inconvenientes del pecado. No puedo quedarme a ver el operativo, aunque el volante que me han dado me otorga otra oportunidad de redención: al día siguiente el grupo ofrece, como vía de financiamiento, un show de monster trucks en el Toreo. En Tijuana, la palabra de Dios se predica en la iglesia y se esparce en los congales, pero se hace verbo entre los fierros retorcidos de una camioneta flameante.
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Ciudad radicalizada, Tijuana crea con quien la habita una relación basada en la resistencia. Motivos para la tirantez hay muchos: el vértigo, la intensidad, el calor, la línea, el cruce (hay quienes han enfrentado a un migra de apellido Loveless). Los de la noche difieren en forma, pero tienden a lo mismo: si se recorre la calle Coahuila en aras de lo extremo, uno se topará con un desafío atomizado al olfato. De la grasa penetrante de los Kentucky Fried Buches al tufo inefable de El Fracaso (bar cuyo nombre repele de entrada), la nariz enfrenta las múltiples caras de un suplicio que se acentúa en el confinamiento: en la manía de los afanadores del Zacazonapan por disimular otros aromas con el uso indiscriminado del Pinol, puede leerse, si nos viene en gana, una relectura contemporánea del mito de Sísifo, pero también la confirmación de que si la noche tijuanense tiene algo de predecible (de hecho será lo único), eso es su capacidad de desafío.
* Hay una ex meretriz que se pasea desnuda por la Sexta rememorando colérica la falsedad de sus idus.
Hay 30 borrachos de vermouth en una azotea de La Libertad que degüellan con señas a un avión en fuga.
Hay una Suzu Trooper que extravía el camino a casa y se inmiscuye en los derroteros de su propia conciencia.
Hay un poeta que recupera la furia entre las caricias pagadas de Las Adelitas.
Hay las ganas de concordar con el cronista que dice que Tijuana nunca se muere.
O con la prosista de Rosarito que sabe que una noche en TJ puede extenderse, si así se desea, durante seis semanas.
De tanto retar nuestras resistencias, Tijuana, de noche, se hace querer.
La Primera Dama es un colectivo integrado por: Vizania Amezcua, Ishtar Cardona, Alberto Chimal, Hazel Gloria Davenport, Adriana González Mateos, Saúl Gutiérrez, Noé Morales Muñoz y Cristina Rivera-Garza.
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