XI la palabra fatalidad
La Nostálgica suplica jadeante por verlo, por oír su lento rumor, por su rostro contemplar.
La Táctil se inclina poderosa, por su salvación.
En tanto, la pobre de La Extranjera habita un lugar que nosotras desconocemos. Varias cuentan que por su lengua pasan palabras que ni ella misma reconoce. Algunas otras dicen que hubo un día en que sólo repetía venerabilis , todo el tiempo, sin detenerse y en distintos tonos.
Ha sido La Táctil, quien me ha dicho que un día La Extranjera entró en su lecho, queriendo compartir el calor de su cuerpo, oliendo a membrillo y a lejanía, y de inmediato comenzó a pronunciar algo en su idioma.
Me dice La Táctil que todo eso le sorprendió pues, por lo regular- dice, soy yo quien comienza a recorrer los cuerpos otros. En este caso sucedía todo lo contrario: las manos y las palabras de la otra invadían el cuerpo sensible de La Táctil, recorrían su cuerpo, sus bordes minúsculos, recorrían la savia que la envolvía, la corteza de su piel: su piel como manto. La Táctil dice que, al final, La Extranjera sólo la abrazaba y que repetía en voz baja y cerca de su oído Du bist min, Ich bin din. Y que ella, en ese justo momento no supo que decía. Intento, en vano, averiguar el significado de tales palabras, pero la otra mujer sólo sonreía de un modo completamente extraño. Ajeno. Extraño como toda ella. Al siguiente día la mujer misma, la que todo posee, amaneció sola.
Salió y sólo encontró la lejanía del paisaje. El viento suave que golpeaba su rostro.
La certeza de que tuvo un sueño.
La duda de sí se había tratado de una pesadilla.
Y el alimento estaba ahí. Sobre la tierra.*(1)
La Nostálgica suplica jadeante por verlo, por oír su lento rumor, por su rostro contemplar.
La Táctil se inclina poderosa, por su salvación.
En tanto, la pobre de La Extranjera habita un lugar que nosotras desconocemos. Varias cuentan que por su lengua pasan palabras que ni ella misma reconoce. Algunas otras dicen que hubo un día en que sólo repetía venerabilis , todo el tiempo, sin detenerse y en distintos tonos.
Ha sido La Táctil, quien me ha dicho que un día La Extranjera entró en su lecho, queriendo compartir el calor de su cuerpo, oliendo a membrillo y a lejanía, y de inmediato comenzó a pronunciar algo en su idioma.
Me dice La Táctil que todo eso le sorprendió pues, por lo regular- dice, soy yo quien comienza a recorrer los cuerpos otros. En este caso sucedía todo lo contrario: las manos y las palabras de la otra invadían el cuerpo sensible de La Táctil, recorrían su cuerpo, sus bordes minúsculos, recorrían la savia que la envolvía, la corteza de su piel: su piel como manto. La Táctil dice que, al final, La Extranjera sólo la abrazaba y que repetía en voz baja y cerca de su oído Du bist min, Ich bin din. Y que ella, en ese justo momento no supo que decía. Intento, en vano, averiguar el significado de tales palabras, pero la otra mujer sólo sonreía de un modo completamente extraño. Ajeno. Extraño como toda ella. Al siguiente día la mujer misma, la que todo posee, amaneció sola.
Salió y sólo encontró la lejanía del paisaje. El viento suave que golpeaba su rostro.
La certeza de que tuvo un sueño.
La duda de sí se había tratado de una pesadilla.
Y el alimento estaba ahí. Sobre la tierra.*(1)
* Romper el hielo: Novisímas escrituras al pie de un volcán: El lugar (re) visitado. ( Ciudad de México. Colección Editorial El Zócalo, 2007)
(1) Fragmento del libro inédito En cuanto al mar.
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