13.2.09

another place, place me out

[ texto leído para la presentación de La frontera más distante, octubre 2008)




Lugares liminares

Carolina González Alvarado

¿son muchos?

voces del pasado, del futuro,

hasta aquí, no más allá,

ahora, el total abatimiento;

¿alguna vez estuviste en este sitio?

¿alguna vez estuviste en este cuarto?

H.D. Definición Hermética

Escribo sin saber por qué, con un miedo inmenso. Con la sensación de que nada en realidad está en el lugar correcto, escribo con la sensación de estar fuera de sitio. Escribo con imprecisión, con inquietud, en un lugar desconocido, acaso insospechado, muy lejano, muy distante.

Escribo pues sospechando, con un indecidible, desconociendo. Hay algo aquí dentro que se escucha, un silencio pasivo pero latente, abierto a cualquier expectativa. Creo tener la certeza de que algo en realidad sucedió y me ubica ahora en dos espacios simultáneamente: entre el presente de estas palabras y en el tiempo de aquellas otras que escuché, que leí y, que ahora, esperan y te esperan allí dentro, donde yo estuve.

Tengo la seguridad de que caminé, o quizá corrí, a través de un lugar que no está aquí, pero que sin embargo, existe. Con su propio tiempo, con sus propios habitantes, con sus propias calles, automóviles y semáforos. Con su vida diaria, con su inquietante cotidianidad. Con su propio orden y con aquellos enigmas que quizá sea mejor no comprender del todo.

Sé que estuve en un lugar que ahora me impide hablar, articularme en palabras para ti. Estuve muy al límite, a punto de caer. Hasta ahora sé que era una frontera, una demarcación. Era La frontera más distante. Un dentro y un afuera. Una zona construida a partir de un conjunto de cuentos que, a su manera, funcionan como espacios que actúan y se mueven.

Leer los cuentos que componen La frontera más distante de Cristina Rivera Garza es encontrarse con algo que se sabe más allá de sí mismo. Me desdigo entonces. Leer estos cuentos es des-encontrarse. Pues ubican al lector en una zona tan vulnerable como la de un Extraño, un ajeno, habitando un mundo que no le pertenece.

La escritura de Cristina Rivera Garza no se limita a imaginar lugares o ciudades, sino que realiza, al igual que la arquitectura, imaginarios urbanos. Los espacios que construye están dominados por el entrecruzamiento de voces y lenguajes. La imaginación está ligada con el espacio de tal manera, que éste observa de forma oblicua al lector, atravesándolo con un lenguaje inquisitivo, preciso y sujeto a lo concreto.

La escritura está entonces suspendida, observando y envolviendo al lector en una atmósfera donde el mundo pareciera estar siempre fuera de si mismo: “No se trata de una ciudad alterna propiamente dicha, sino de una serie de anti-ciudades que, diseminadas a lo largo de los estrechos fronterizos, sobreviven en constante movimiento. Fundadas y abandonadas casi al mismo tiempo […]” (Rivera Garza 75).

Esta escritura disloca, enmarca, constriñe al lector y le transmite su palpitación, su propio ritmo, le hace respirar la soledad y el abandono de los personajes, su extrañamiento. Para finalmente abandonar también al lector como un cuerpo desnudo y decapitado en medio de una gran avenida. Desarraigado: en la situación de su haber-estado-ahí y la melancolía de su ya-nunca-estar.

Cada uno de los cuentos agrupados en La frontera más distante conforman una apertura desconcertante y silenciosa donde el desconocimiento, define las líneas de corte, de fisura, que atraviesan y constituyen a los personajes. Fisuras que delinean también una búsqueda, un horizonte a través del cual es posible observar algo inefable pero que se sabe allí, presente: “Ver es un verbo que puede prestarse a malentendidos aquí. Percibí algo con los ojos. Un movimiento o un destello dejó una marca dentro de mi mirada. No distinguí ni los contornos ni los detalles de lo que asumí, desde el inicio, que sería un rostro, un cuerpo, un par de manos, piernas […] Lo vi. Lo percibí” (Rivera Garza 71).

En varios de estos relatos, el cuerpo está fuera de sí, todo el tiempo hecho para otros, para los demás y en los momentos de un trémulo erotismo quizá también para sí mismo: “Ella lo dejó hacer, pero no lo dejó mirar. Daba la impresión de estar presenciando un espectáculo ajeno, una diminuta escena de teatro desde un palco. Ahí, dentro del palco estaba un hombre y estaba una mujer. Los ojos encendidos. Un aria”. (Rivera Garza 39) “Este tipo de placer. Lo que pasa cuando los dedos de otras manos –dedos que no sé que están sintiendo- se posan- con su propia temperatura, su propio exilio, sus propias terminales nerviosas- sobre la piel. Dentro” (Rivera Garza 38).

Sin embargo, Cristina Rivera Garza no sólo se interesa por aquellos cuerpos erotizados sino también por las marcas de esos cuerpos, sus interacciones y sus transgresiones: “Cuando la mujer dirigió la mano izquierda hacia el frasco, la Detective puedo verla ahí, frente a él, tiempo atrás, extendiendo su brazo, diciendo: tómala. Podía visualizarla ahí, sin anestesia, con los ojos abiertos de la sonámbula en flor, repitiendo: tómala. Insistiendo: Es mi mano y te la doy” (Rivera Garza 163).

La intriga, una pulsión externa, frenética quizá, se encuentra también en estos cuentos. Como toparse así de pronto con trozos, con fragmentos de un cuerpo mutilado, con una mano huérfana, con la renuncia del cuerpo de ese otro, que ya no es acaso todo él sino una increíble extremidad.

Al interior de La frontera más distante, el cuerpo posee una marca incómoda de vulnerabilidad, de agencia: la piel y la carne exponen a los personajes a la mirada de los otros pero también al contacto y a la violencia. Los cuerpos son una incertidumbre, aquello que se reclama como propio pero que le pertenece a otros. De este modo, la autonomía de lo corporal se convierte en una inquietante paradoja: “La Manca le había dicho que buscaba su mano, pero nunca le dijo para qué la quería. Algunos días la imaginaba embalsamada, con la torpe apariencia de estar viva. Otras, la veía dentro de un frasco de formol. La mano que ella no tenía, la mano que no podía darle a él, se convirtió en su obsesión. La añoraba incluso. Sentía nostalgia incluso de no haberla tenido nunca entre sus propias manos, a lo largo del cuerpo, sobre la piel” (Rivera Garza 161).

Envuelta en mis sensaciones debo confesar que mientras estaba en La frontera más distante, observé que la violencia se había convertido en una forma a partir de la cual se exponía la vulnerabilidad humana hacia otros humanos de la forma más temible: eran entregados, sin control, a la voluntad del otro y la vida misma podía incluso ser borrada por esa voluntad ajena. Y yo estaba, podía decirlo con seguridad, abandonada también a la voluntad de ese otro, que en mi caso, era la escritura.

Acaso sea por eso que no pude evitar deshacerme horas enteras observándola, buscando en ella, con el cuidado y la paciencia del que busca sin saber que en realidad indaga en la imposibilidad, en el enigma. Sin saber que quizá me había convertido en aquello que buscaba: la cara de mí misma en la forma de un extraño que se aproxima.

Acaso sea por eso que preferí permanecer así, enlazada y sujeta a un lenguaje que no es el mío pero que me observa como si yo misma me estuviese viendo en un espejo muy hondo.


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