Ha pasado más de una semana y aún no me repongo de esta miserable sensación de pérdida. ¿Cómo es posible —pregunto al cielo, desgarrándome las vestiduras— que nuestra bellísima Miss México no sea hoy Miss Universo? ¿Qué es lo que pasa con las potrancas mexicanas, cuyas suculentas carnes son siempre arrasadas por las suculentas carnes de otras latitudes? ¿Acaso hay más exquisitez en las corvas venezolanas y colombianas? ¿Qué necesita el aguayón mexicano para ser exportado y adorado en el resto del planeta?Me cae que no lo entiendo (aunque, pensándolo bien —y en esta parte me pongo feminista—, un país civilizado no debería exhibir a sus mujeres de ese modo. Pero —y en esta parte me vale madre—, si organizamos concursos de perros, puercos, toros sementales y gordos que quieren dejar de serlo, bien vale la pena premiar la belleza, lo que sea que tal cosa signifique), ¡teníamos todo para ganar! Pero, claro, al hijito de Donald Trump se le ocurrió premiar a una morenota que espero no se parezca en nada al macaco subdesarrollado que gobierna Venezuela.Mi indignación y desconcierto llegaron al grado de provocarme una diarrea cuata de la que estoy saliendo gracias al té de corcho. Sin embargo, la confusión inicial se ha convertido en un odio jarocho que destino a la responsable de la tragedia de la belleza mexicana. Me refiero, oh sí, a la tal Lupita Jones.Para empezar, que alguien me explique cómo le hizo esa mujer para ser Miss Universo. No creo que haya sido por su nariz de bola —porque ganó con su órgano olfativo original y no con la cosa que le hizo su cirujano de cabecera—. Tampoco me parece que sea una lumbrera y ni siquiera ha de tener bonita letra, como dicen por ahí. Yo sospecho, en realidad, que fue reina gracias a que no se llama Guadalupe González, o Guadalupe Martínez, sino Guadalupe Yons, que suena más bonito.Eso me motiva a elucubrar que, por más buenona que esté la miss en cuestión, no ganará a menos que se llame algo así como Timotea Smith o Micaela Spencer. Así que yo le recomiendo muy seriamente a la señora Yons que deje de buscar a la mujer perfecta hasta debajo de las piedras —porque a veces ha elegido ejemplares que más parecen arañas que leidis—: de nada sirve que les enseñe a caminar con una torre de libros en la cabezota; o que ensaye con ellas la manera correcta de pelar la mazorca, para verse entre tiernas y zorras. Ni siquiera funcionará que repitan como merolicos los lugares comunes que deben usar como respuestas para preguntas comunes, en el afán de parecer hermosas versiones de la madre Teresa de Calcuta —aunque muchas de ellas sean madres, pero de Calputa—; ¡oh no!, nada de eso servirá. La única esperanza es contratar a un especialista en nombres poco rimbombantes pero muy pegadores, para que bautice a las nenorras antes de ser lanzadas a la aventura. Si me hacen caso, coronaremos muy pronto a Sinforosa Applegate, Domitila Hayek o Denegunda Simpson. Y el aguayón mexicano ocupará su merecido lugar en el mundo.
ps.- jajaja, hacerle caso a la muy ofendida felina, yo tampoco me repongo del trauma :P
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