28.4.08

(work in progress)

Llueve. Me gusta escuchar el golpeteo de gotas, deslizan en el cristal. Me rió, a solas, al pensar en que esas gotas parecen lágrimas. Estoy esperando a Nao Nao . El café ya se ha enfriado. Ha dejado un sabor amargo en el paladar. Una lengua quemada. Bebí tan rápido que no importó que el café estuviera casi hirviendo. Nao Nao no llega. Creo que bebí de ese modo por los nervios que me provoca pensar que él se ha ido, que soy yo quien ha llegado tarde. Eso es algo en lo que nunca hemos coincidido: cuando yo soy puntual, Nao Nao llega tardísimo. Cuando Nao Nao llega a la hora exacta yo llego tarde. No discutimos, de acera a acera, mientras uno se acerca al otro, nos miramos con complicidad.

La primera vez que ví a Nao Nao no pude adivinar de dónde era. Esa playera gris, jeans negros y tenis converse, no me decían mucho. Algo en su andar, su cámara y su manera de mirarlo todo me hicieron pensar en un extranjero más. Había algo en él que me hizo querer protegerlo. Todavía me pregunto de qué o por qué. Mientras lo observaba, él se empeñaba en unas fotografías antiguas de la ciudad, entonces alguien robó su cámara. Creo que nos dimos cuenta al mismo tiempo. De cualquier modo poco pudimos hacer. Nao Nao no sé explicaba qué había pasado. Volteaba de un lado a otro. En su mirada no había enojo. Sólo desconcierto. Seguía mirando alrededor y fue cuando me acerqué ¿Se llevaron tú cámara, verdad? Sonrío resignado y encogió los hombros. Le invite un café y luego fuimos a comer pizza. Yo había sugerido el restaurante chino, pero Nao Nao los detesta, basura con grasa, dice con un acento casi imperceptible.

La segunda vez que lo vi, los cabellos lacios caían sobre su frente, comimos en una pequeña fonda de las muchas que hay en el centro y hablamos mucho. Reíamos porque a ambos nos había asustado el gato que la dueña del lugar confinaba al baño. Claro, sin advertirlo a los clientes. Cuando uno se acercaba al lavabo se enteraba de la existencia del poco afortunado animal. Invasión a la privacía, dice Nao Nao. Yo le digo que se escucha mejor privacidad, pero él dice que es una palabra más larga.

A menudo me preguntaba cómo sería hacer el amor con un hombre como Nao Nao. La primera vez que eso pasó me sorprendió mucho su cuerpo delgado, los huesos largos, la blancura de su piel. Esa fragilidad. Yo no sabía qué hacer ante un hombre que guardaba silencio, así que provoqué una guerra de almohadas. Nao Nao me dejo ganar. Lo sé, aunque diga que, en realidad, yo soy más fuerte. Al otro día, Nao Nao conectó su denki pot para calentar agua, mezcló café instantáneo y colocó pan el tostador.

Después en las calles encontramos una versión pirata de Shangai Baby, ¡Wu Hei!, dijo Nao Nao; hizo que lo comprara sólo para destrozarlo, y más tarde, tener mi primera lección de escritura de kanjis. Luego dibujo algo parecido a un personaje de manga. Eres tú, dijo Nao Nao. Los kanjis salían de la boca de la niña, no había viñeta, sólo letras: Dare? Nin gen nano?. Nao Nao dice que siempre pregunto eso: ¿quién soy? ¿qué soy? ¿humano? Tal vez sea así. Tal vez no me pregunte nada.

Pido otro café, la mesera ni siquiera me mira. No sé si me ha escuchado. Nao Nao ¡cuánta falta me haces! ¿ Cuánto más habré de esperarte? Hoy íbamos a dibujar kanjis. A mi lado hay cartulinas, hojas blancas, pinturas, pinceles. También hay anilina roja, pues dices que a veces es mejor dibujarlos con los dedos, en el cuerpo del otro. Según tú, para descubrir el verdadero espíritu de cada trazo.

Afuera sigue lloviendo. Tengo miedo, Nao Nao. Me pregunto cómo se escribe eso. Cómo se escribe “tengo miedo de que te vayas. Cómo se escribe “tengo miedo de que te vayas”. Todo eso, cómo, Nao Nao. ¿ Me lo dirás?

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