10.12.04

Agridulce memoria



Hace poco me topé con un artículo llamado S21 La máquina de la muerte khmer rojo, escrito por Rithy Panh, el cineasta habla del por qué de este documento, este texto ha sido para mi como sumergirme en aguas caudalosas y turbias que delatan las atrocidades del grado de inconsciencia que la autonombrada especie humana puede llegar a crear, nunca concebí tanta crueldad, tanto odio, tanta insanidad, avaricia y ambición; lo peor es que, lejos de que las palabras no sean suficientes para describir el horror, hay algo peor, para lo cual no hay muchas armas: el olvido, la amnesia, la evasión, aunados al silencio resultan en una combinación indestructibles que favorecen la repetición de circunstancias, de ciclos; entonces viene la banalización, la trivilización; lo curioso es que a veces ya no nos sorprende saber de la existencia de regímenes escabrosos, cuyas acciones son tan temibles como el monstruo que gestan; tan acostumbrados a la violencia, al terror, al escarnio, a las imágenes en la TV llenas de belicismo, optamos por la indiferencia, cedemos, una vez más al adormecimiento. La solución no está en unos cuantos, ni en el gobierno, el Estado o el Papa, creo yo que hay que reflexionar acerca de la manera en que socializamos, en la manera en como nos interrelacionamos, en nuestros prejuicios, paradigmas, barreras mentales, sobre todo hacer al menos conciencia, estar conciente, ser parte activa del medio que nos rodea, estar alerta, abogar por todas aquellas facultades que nos confieren el status de humano, nunca olvidar, cambiar, darnos cuenta que no es tanto el modo o la forma en que miles de genocidios han sido realizados, lo malo, lo realmente patético, es el cinismo, ahí está el verdadero problema, la manera tan descarada en que todo sucede, todo ocurre, así tan común como cambiar la llanta de un auto. He aquí algunos extractos del artículo antes mencionado:
“...para realizar mi primer documental, Site 2, tuve que desandar lo andado en aquel campo de refugiados en la frontera entre Tailandia y Camboya. Después volví a tomar, una y otra vez, la pista que conduce a centro de esta interrogante que ha trastornado mi existencia y la de mi país: ¿Por qué? Se podrían escribir páginas y realizar vidas enteras de películas, está indagación parece no tener fin, como si la herida no pudiera cicatrizar, al menos eso siento. No encontramos las palabras para decir, tenemos mucha dificultad para hablar, como si todo eso nos paralizara. Como si hubiera quedado entre paréntesis parte de nuestra historia, formando un bloque oscuro, duro como la piedra. Cerca de dos millones de muertos en tres años, ocho meses, y veinte días, han quedado resumidas en unas páginas anodinas en los libros de la escuela. Los jóvenes de hoy no conocen nada o muy poco de la historia de su país y de sus padres.

Muy al principio , al día siguiente de la caída del régimen khmer rojo , desee no evocar nunca más este genocidio. Eso fue sin duda lo primero que me llevó a abandonar Camboya. No huí de mi país, quise olvidar el horror para intenta vivir otra vida en otro mundo. Como un reflejo de supervivencia, creer que es posible borrar todo y empezar desde cero.

Pero cuando has pasado por un genocidio, no creo que puedas salir de él completamente. Quedas expuesto a un sentimiento terrible, arraigado en el fondo de tu conciencia, listo siempre para tomarte por sorpresa. Sabes que el mal existe. Tratas de olvidar. Quieres ser un hombre común, sentir el corazón ligero. Pero el alma queda irradiada por el horror indecible a la negación de lo humano. Fueron necesarios veinte años de maduración antes de poder realizar, mi quipo y yo, una película sobre los mecanismos del crimen en el genocidio khmer rojo. El tiempo de poder medir la distancia y adquirir discernimiento de una reflexión verdadera. También el tiempo de aprender a vivir con el propio dolor.

Sin el genocidio, sin las guerras, seguramente no me hubiera vuelto cineasta.Pero la vida después de un genocidio es un vacío aterrador. Es imposible vivir en el olvido. Corres el riesgo de perder ahí el alma. Día tras día me sentía aspirado por el olvido. Como si callarme fuese capitular, morir. Contrario a lo que había creído al principio, volver a vivir es también reconquistar la memoria y la palabra.´La memoria es resurrección del pasado, de los muertos, de la vida y de la cultura muerta, y conduce a la resurrección de quien recuerda´( Balint Andreas Kovacs y Akos Szilagyi, Les mondes d´Andreï Tarkovski, L´Age d´homme´)

A menudo mis compatriotas me reprochan:´Sr. Panh Rithy , ¿por qué sólo hace películas tristes, pesimistas? ¿Por qué siempre está misma historia? ´ Es como si hubiera algo patológico, algún deseo de martirizarse, en la evocación de los dolores del pasado. No soy un cineasta de la desgracia, y, como lo escribía Jean Améry, ´ser víctima no es un honor en sí´. No insitiré sobre este punto. No basta con filmar esteticamente el paisaje y los animales, los festejos folclóricos y la célebre sonrisa khmer, para dar cuenta de la realidad de mi país. Ahí, al doblar una esquina, al final de una ruta en el campo, la célebre sonrisa aparece cansada, al borde del agotamiento.



No elaboro memoria ilustrada. No se trata para mi de fabricar espejismos. El cine documental es la escritura que he elegido para dar testimonio. No concibo mis documentales como obras artísticas sobre esa realidad horrenda que es el genocidio. Me siento como un agrimensor y no como un fabricante de imágenes. Queda al cineasta encontrar la medida justa, la buena distancia: ni explotación política, ni complacencia masoquista, ni sacralización, ni banalización. La memoria debe ser punto de referencia. Permanecer humano. Lo que busco es la comprensión de la naturaleza de aquel crimen y no el culto de la memoria. Conjurar la repetición, negándome a la ceguera y a la ignorancia.

Nunca contemplé una película mía como una respuesta o una contemplación. La concibo como un cuestionamiento. Y también porque no soporto que las víctimas sigan siendo anónimas. Dos millones de víctimas, y pocos nombres sobre los rostros. El anonimato en un genocidio es cómplice del desdibujamiento. La abstracción de las cifras carentes de identidad provoca vértigo y desemboco en la fascinación del horror.

Más que crear, filmar es entregarse en cuerpo y alma, aceptar deliberadamente que nada es inmutable , y de que siempre puede surgir en algún lado como una suerte de gracia , la dignidad .Busco orientar la reflexión hacia al campo mental de este crimen masivo.

...Cuando el terror hace las veces de lazo social, y todo un pueblo queda reducido a la hambruna, ¿cómo pedirle a la gente que entienda lo que está sucediendo?

...Que en tanto cineasta yo no puedo ni juzgar, ni perdonar, ni lavar a los culpables de sus culpas. Que se trata de memoria, de destino humano. Que no soy neutro, que no estoy de lado suyo.

...he limitado mi trabajo a los hechos y a la cotidianidad. Quiero centrar mi mirada en la manera en que el criminal concibe y vive los actos sencillos”( Cahiers du cinéma, febrero 2004).

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